martes, 25 de marzo de 2008

La Guajira, ejemplo de desnutrición

ENTRE EL HAMBRE Y LA GUERRA

Autor: PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA

Nos acaba de sorprender la UNICEF con el escalofriante informe de que en Colombia mueren cada año 15 mil niños por causa de la desnutrición. Departamentos como Chocó, Nariño, cauca y la Guajira figuran entre los principales afectados por este flagelo.

Si acudimos a las matemáticas elementales descubrimos que cada día se vive en nuestro país un espantoso drama donde los niños son los actores principales: realizando una simple división llegamos al descubrimiento absoluto de 1.250 niños muertos al mes; 41 niños muertos al día y 1,7 por hora. Niños que en su inmensa mayoría no alcanzan a vivir un año sucumbiendo ante los rigores del hambre y el abandono Estatal.

Pero más que la desnutrición, es la desidia del Estado, la corrupción y la incompetencia de nuestros gobernantes quienes impulsan todas estas muertes en el suelo patrio. No entendemos como en un país tan rico como Colombia, que cuenta con recursos naturales como petróleo, carbón, gas, oro y esmeraldas ocurran tantas muertes y en seres tan indefensos como nuestros niños.

De qué nos sirve tener dos mares como tanto lo cacarean en los textos escolares, o qué de ser un país con biodiversidad y recursos de tal manera que una sola hectárea de nuestro Amazonas tenga más biodiversidad que el continente europeo. Qué nos significa a los colombianos tanta riqueza si 15.000 niños mueren anualmente por no tener qué comer, por no disponer de un pan para mitigar o su hambre o un vaso de leche para calmar su sed. En Colombia y debido a las leyes de mercado se arroja al mar el café bajo el simple pretexto de sostener el precio nacional e internacional; se lanza cientos de pollos a los ríos sopretexto de mantener el equilibrio comercial del precio de esta carne. Mientras tanto los niños mueren de hambre....

Pero no conformes con esta escena dantesca de nuestros niños muertos ante la insensibilidad estatal, el Procurador General de La Nación, informa a los colombianos que otros 20.000 niños colombianos mueren anualmente por consumir aguas no potables. Otros simples datos estadísticos que no estremecen la conciencia de los colombianos que protestan en las calles únicamente cuando la corrupta oligarquía colombiana los jala con los hilos invisibles de los grandes medios de comunicación. Y nos hacen lanzar miles de sollozos por el pequeño Emmanuel, queriendo tapar con ello la perversidad y la muerte generada por sus incompetencias administrativas. Son 20.000 muertes más que sumadas a las cifras anteriores resultan la incomprensible sumatoria de muerte y degradación. 35.000 niños y niñas que mueren anualmente en nuestra patria bajo la mirada indiferente de nuestra clase dirigente.
Pero ante este tétrico panorama sorprende más el anuncio del presidente de los colombianos y de su Ministro de Defensa en los medios de comunicación: la compra de 24 aviones de combate cuyo costo asciende a la nada despreciable suma de $8,2 billones. Ocho mil millones de millones de pesos que dirigidos hacia la inversión social y a la construcción de acueductos significaría el fin de tanto despropósito nacional; alimento y asistencia médica y nutricional para los 15.000 niños que mueren cada año en nuestra patria por el hambre y la falta de una oportuna atención medica. Estamos inmersos en una cultura de la guerra que nos envuelve como torbellino oscureciendo la conciencia colectiva y sedando definitivamente las ansias de paz, justicia y equidad.

Desde estas páginas abogamos por mayor inversión social, menos guerra y más atención a la niñez. No queremos seguir contemplando indiferentes la cara de languidez de nuestros niños en las escuelas cuando tienen que limitarse a hacerle un nudo a su estomago por no disponer de dos mil miserables pesos para cancelar la cuota del restaurante escolar. Y mientras ese niño soporta el hambre, el gobierno destina $8,2 billones para comprar material bélico en los mercados norteamericanos e israelíes. Unamos nuestras voces para gritar, no más muertes, no más niños y niñas muertos de inanición. Sí a la vida, pero no de una manera retórica, sino plasmada en el presupuesto nacional.

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